viernes, 6 de noviembre de 2009

Retrato de mi hermano, Luis Cardoso (1994)


1 comentario:

  1. Mil gracias por este inesperado blog. Me intereso por este artista desde hace unos cuantos años pero lo cierto es que el hermetismo de su vida y obra hacen que a veces dude incluso de su propia existencia. Aunque lo nieguen algunos de los testimonios que, a veces por azar y otras por obstinación, he logrado obtener y que a día de hoy suponen un tesoro de infinito valor personal. Descubrí al noble Cardoso en lo que en mi memoria ha quedado consignado como un invierno lisboeta conmovedoramente blanco, cuando mis pasos me condujeron fortuitamente hasta una librería de viejo en el admirable y antiguo barrio de Chiado, a muy pocos metros del elevador de Santa Justa. No recuerdo la razón que me impulsó a penetrar en aquel vetusto espacio, tal vez la sugerente visión que brindaba su escaparate decimonónico cuajado de antiguas ediciones en rústica y cartoné o, quizás, la cálida invitación de su interior iluminado por una fastuosa lámpara francesa que caía incongruentemente a pocos centímetros de una mesa de caoba. Fue allí, entre volúmenes olvidados y láminas de ilustraciones naturistas, donde exhumé por simple carambola el catálogo insólito de una exposición pictórica. Insólito por la hipnótica crudeza de las pinturas que en ella se exhibían y por la modernidad de aquel original de los años 90. Intenté obtener del librero, un tipo demasiado taciturno, una explicación del porqué de tal anacronismo en su librería pero tan sólo obtuve una lacónica y confidencial respuesta “Cardoso es lo más antiguo”. Salí por tanto de allí con el catálogo a buen recaudo bajo mi abrigo y con el firme propósito de comprender, a través de la inspección atenta de la exigua publicación, el significado de aquella confusa sentencia. Pero a día de hoy sigue siendo, en el más estricto sentido del término, un misterio que no logro resolver por más que persigo tozudamente cualquier rastro de Cardoso. Prueba de ello es que en todos estos años sólo he podido hallar otros dos testimonios que pudieran refrendar la verdad de su existencia. El primero de ellos, un poema inconcluso publicado en una revista literaria dirigida por una camarilla de jóvenes poetas y que le fue atribuido posteriormente al artista canario; y el segundo, la dirección de un café en el norte de Tenerife donde, si hacemos caso al relato de Melchor López, amigo y confidente del pintor, garabateó algunos apuntes para su serie Isla Baja.

    ResponderEliminar